31 enero, 2007

Cuando el canal era nuestro


Septiembre del año 2006, y como hace ya treinta años, Panamá - un país hecho a la fuerza - se planteaba una de esas preguntas que marcan hitos en la historia mundial. El 7 de septiembre de 1977 un hombre que representaba una de las corrientes caudillistas en la joven república panameña, se instalaba en una de las capitales más importantes del mundo para firmar un documento que reivindicaría a las clases sociales excluidas del negocio del canal.

Ese gran negocio se instaló en una ciudad sin madurar y la destinó a ser un híbrido que no existe en ningún otro lugar del mundo. Así, los panameños nos acostumbramos a ser escenario de grandes acontecimientos y de negociaciones políticas de los poderosos del mundo sin enterarnos en absoluto y sin recibir mayores explicaciones. A Panamá la visitaron grandes pensadores, políticos, militares, científicos y artistas que se alojaron en los mejores y más exclusivos locales de la geografía, disfrutando de elegantísimas veladas y aprovechando la relevancia histórica del canal interoceánico para proyectarse internacionalmente.

Y tanto en ese octubre de 1977 como en el que recién pasó, alguna fórmula constitucional – sin la cual se desmoronaría la base oratoria de la democracia – nos consideraba a todos los panameños para respaldar una decisión antes discutida y aprobada en despachos a puerta cerrada. El 23 de octubre de este año anotamos otro aniversario de uno de los referéndum más polémicos de la historia nacional, el del Tratado Torrijos-Carter.

Ahora la situación es otra. Llevamos tres décadas de esperar que se cumplieran las promesas de quienes defendieron el SI de aquella época. El Canal sería de los panameños el 31 de diciembre de 1999 a las 12:00 mediodía. Allí estuvimos miles de personas apostadas en las faldas del cerro en el que reposa el edifico de la Administración del Canal, presenciando la ceremonia protocolar protagonizada irónicamente por quienes defendieron el NO más de veinte años antes. Todo ello nos enseñaba desde entonces que las posturas políticas partidistas son cuestión de oportunidad y de protagonismo, porque a la hora de recibir los beneficios no había Dios que bajara a los arnulfistas del potro de la victoria, cortesía de los que en en el ‘77 llamaban comunistas e ignorantes.

Pero pasado ya el incómodo momento y pasada la embriaguez popular de ser los protagonistas de la historia hace cinco años atrás, fuimos tomando conciencia de que el eslogan “El Canal es Nuestro” tenía un significado tan evidente, que no nos dimos cuenta de su simpleza y de que la palabra “nuestro” encerraba la clave. Era por eso que nos indignaba que el administrador del canal seguía y sigue comportándose hoy como un extranjero más de los que desfilaron por la lujosa mansión donde el cocinero tiene un mejor salario que un profesor de la universidad. Era por eso que alegremente señalaba dónde quería el próximo embalse y era por eso que en la Esclusa de Miraflores, donde siempre hubo un mirador gratuito que funcionaba igual para todos los ciudadanos del mundo, ahora habían mandado a levantar un símbolo moderno del Gold y el Silver Roll.

Es por eso y por otras realidades duras y tristes que ha significado la reversión del Canal a “manos panameñas”, que los panameños actuabamos como confundidos con la preguntas ¿Si o No?, ¿Verde o Rojo? Porque el Canal Interoceánico como lo que se luchó por conseguir desde los años sesenta hasta finales de los setenta, ha sido un fraude. El caramelo del aumento de ingresos para el Estado exaltó un sentimiento de burla, no solamente por las incongruencias que nos presentaron los economistas de todas las corrientes, sino por la ineficacia que aún ostentan en lograr que esos beneficios lleguen a sus hipotéticos dueños: los panameños.

Lo que muchos quisiéramos es derribar de una buena vez la cerca que divide al país en dos, porque la ampliación no es lo que se discutió verdaderamente en los programas de televisión, en los foros o en los debates que se diéron en todo el país. Queríamos y queremos respuestas para un país que no tiene por qué tener pobreza extrema como en otros países en los que no circula tanto dinero. Estamos pidiendo a gritos que el canal sea un instrumento para el desarrollo y no el desarrollo de un instrumento para enriquecer a los pocos de siempre.
La pregunta sigue vigente ¿Si o No?

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