29 octubre, 2006

La Despedida

Los días de octubre escogieron entre todos al domingo en que despedimos a Mireya Hernández rumbo al destino que ella pidió.

El mar de la ciudad la lleva de viaje en recorrido infinito por la América que la engendró. Sus pasos fuertes se han convertido en olas imparables, blancas olas que un día están aquí y al otro bañarán los pies de un desconocido.

Ella, la poeta, la mujer entregada al oficio de mirar, no se conformó con morir sin hacer un último verso, un verso tibio en el atardecer del domingo.

El mar se llenó de flores, se llenó de sus huesos, se llenó de poesía, y nosotros nos llenamos de Mireya Hernandez.

03 octubre, 2006

El Cuento de los Martes


Cada quien tiene su cuento, su historia, lo suyo. Algunos tenemos varios cuentos y otros dicen que no les gusta el cuento. Una cosa te lleva a la otra y terminas siempre con un cuento.

Así nos pasó en el 2003, cuando pasamos una tarde por un barcito cubano. Aquel pequeño lugar tenía las peores predicciones y todo era caótico. Era perfecto para que sucediera, si es que iba a ocurrir.

Corría el mes de mayo y hacía sed. En dos cervezas lo discutimos con Ichi, una de las socias del bar Mi Habana. Ella aceptó con entusiasmo y hasta con fe. Tomamos unas semanas en planificar, convocar y reunir atriles, instrumentos musicales, equipo de sonido y escenografía. La pared roja de los grafitti nos acogió inmediatamente, y no tardaron en llegar los convocados.

Las reglas eran dos: comenzábamos a las siete y media con la lectura de un cuento, mientras la gente se anotaba en el cuadernito para ser llamado a presentar lo que quisiése (cuento, poemas, canciones, monólogos, etc.).

El primer cuento que se leyó fue "La Cadena de la Buena Suerte" de Tomás Barceló, tomado del libro Cuentos de La Habana Vieja, Editorial del Bronce, Barcelona, 1999. Luego llovieron los poemas, las canciones y los abrazos.

Así fuimos pasando de martes en martes hasta que se cumplió el maleficio que nos auguraban los más fervientes enemigos y las más dulces hadas de nuestro cuento. Las sillas y las mesas del bar salieron una madrugada detrás del último trago y nunca las volvimos a ver. Las estrellitas y las grullas de papel se ocultaron en un cartucho y no quisiéron salir ni siquiera para comer. Caímos en una depresión coletiva y fuimos presa de la inmobilidad. Quisimos insistir, pero guardamos la fe para que no sufriera otra vez el frío de las noches con lluvia.