19 septiembre, 2006

La Poeta

"La Poeta", así me decían desde los tiempos en que empollaba mi segunda generación de versos en alguna silla del Jardín "El Volcán". Compartíamos cervezas, pescado frito y tristezas. Nos tomábamos de dos a tres mesas y deambulábamos de ahí a los meaderos (porque ni eran servicios, ni mucho menos sanitarios). Allí nos veíamos a los ojos con Digna, Martín, Debbie, la Sautú, por supuesto Collado, David, Salomón, Emilio, el arquitecto, y qué se yo quién más. Discutíamos algremente entre almejas y otras delicias económicas que circulaban entre el muro que daba a la Transistmica y la lomita que te botaba a Vista Hermosa a empujones.

Esa segunda generación de versos comenzaba a ser menos ingenua. El amor, por ejemplo, ya no era un elegante "siento algo en el pecho". Hablábamos de "parir versos", del "oficio de escribir", de "los compañeros" y recurríamos constantemente a los "Versos Sencillos" de José Martí. Gústele o no al lector, de El Volcán salieron muchos premios de literatura y también muchas rivalidades. No era posible penetrar al Colectivo de Escritores José Martí. Fuimos, somos, seremos siempre un alma sin cuerpo; y esa era una realidad algo difícil de tragar, incluso para nosotros mismos. Y no existía una asociación obligada entre el cervezario y la logia de los bardos, sino que a muchos de nosotros ahí nos encontraban los sábados por la tarde: exprimiendo limones, mirando botellas vacías, apurados a llegar a casa a cambiarnos la ropa salpicada en vicios.

Década del noventa partida a la mitad. El canal parecía más nuestro de lo que en verdad es ahora, porque soñábamos con el día de la liberación y aún no sabíamos que era un traspaso comercial a otros empresarios menos evidentes y más duros en su interior.

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