
Esa segunda generación de versos comenzaba a ser menos ingenua. El amor, por ejemplo, ya no era un elegante "siento algo en el pecho". Hablábamos de "parir versos", del "oficio de escribir", de "los compañeros" y recurríamos constantemente a los "Versos Sencillos" de José Martí. Gústele o no al lector, de El Volcán salieron muchos premios de literatura y también muchas rivalidades. No era posible penetrar al Colectivo de Escritores José Martí. Fuimos, somos, seremos siempre un alma sin cuerpo; y esa era una realidad algo difícil de tragar, incluso para nosotros mismos. Y no existía una asociación obligada entre el cervezario y la logia de los bardos, sino que a muchos de nosotros ahí nos encontraban los sábados por la tarde: exprimiendo limones, mirando botellas vacías, apurados a llegar a casa a cambiarnos la ropa salpicada en vicios.
Década del noventa partida a la mitad. El canal parecía más nuestro de lo que en verdad es ahora, porque soñábamos con el día de la liberación y aún no sabíamos que era un traspaso comercial a otros empresarios menos evidentes y más duros en su interior.
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